Las ventanas marroncitas

 

Patricia Acosta en la famosa ventana, hoy remodelada

Por: Antonio Daza Orozco

No fue una, ni fueron dos, fueron tres y quizás cuatro, cinco o más a las muchachas que Diomedes “cuenteó” con la famosa composición “Tres canciones”.

“Tres canciones” sabemos que se la compuso a Patricia Acosta, quien vivía en la casa de sus padres El Negro Acosta y Alicia Solano y en la que todas las ventanas eran de color marrón, incluida la de la mitad, la de la musa adorada, una de las que daban para la calle que conduce al rio o va para Carrizal. En sus ires y venires de Carrizal a la Junta, el trovador tenía que pasar por ahí y cada vez que se presentaba la ocasión le ponía serenata, con una grabadora de pilas, marca “Crown” o con el conjunto de su tío Martin o con los músicos que se presentaran. Fueron muchas noches en las cuales la “ventana marroncita” fue, también, testigo de largas esperas y declaraciones y besos. No hubo poder que alejara a Diomedes de esos barrotes que siempre quiso traspasar, ni siquiera los balazos amedrentadores que un día, fastidiado por el alto volumen de la música que Diomedes ponía desde una camioneta, le hizo desde la ventana del lado su cuñado Hernán Acosta, pudieron conseguirlo.
 
Hoy la casa de los Acosta Solano sigue ahí, con sus ventanas marroncitas, asediada por miles de turistas y los recuerdos de una hermosa historia de amor.

El álbum “Tres canciones” salió a finales de 1976 y enseguida pegó varias composiciones, pero la que más se oía era la que la gente apodo como “La Ventana Marroncita”, en cualquier caseta Diomedes tenía que cantarla, como esa vez que tocó un 20 de enero en las fiestas patronales de San Sebastián (Magdalena) y allí estaba la muchachita de escasos 17 años a la que Diomedes conquisto una noche que oficiaba de utilero de los hermanos López, que tocaban en el pueblo también en un 20 de enero. Diomedes y Niviam, como se llamaba la muchacha, sostuvieron a escondidas un noviazgo que se nutría de cartas y de las pocas veces que este podía ir a San Sebastián a verse a escondida en la afueras del pueblo, con la hija mimada de uno de los hombres más ricos de la región y que no veía partido para su tesoro: Fedor Spadafora, quien se había casado con la matrona Felicia Hadechinny. 
 
Niviam Spadafora

Dicen que un día que Diomedes regresó como cantante al pueblo de Niviam, le recalcó su amor y le manifestó que cuando compuso “Tres Canciones” se había inspirado en ella, el Cacique sabía que las ventanas de la casa, de dos plantas de Fedor y Felicia eran de color marrón y que alguna de esas habitaciones era la de su enamorada, esto completó a la jovencita, a tal punto que decidió aceptar la propuesta de “volarse” que le había hecho el cantante.

También cuentan que el día acordado Diomedes se quedó esperando a Niviam, fueron largas horas cerca del “Parlamento” la finca de don Fedor, lugar que habían escogido de común acuerdo para el encuentro, alguien del servicio de la casa Spadafora – Hadechinny se enteró del asunto y alertó al patrón, que ni corto ni perezoso retuvo a la muchacha y la mando para Bogotá para alejarla del “indio ese que quiere quitarme lo más preciado que tengo”

Diomedes se cansó de esperar a alguien que ya jamás volvería a ver y se fue a ahogar sus penas como mejor pudo. Niviam nunca lo olvidó, estudio medicina y la ejerció y vive en Santa Marta al lado de su esposo y sus hijos.

En una esquina de San Sebastián, reposa como si fuera un museo, la casa del difunto Fedor Carmelo Spadafora, que hasta el año 2000 era la única casa de más de un piso que existía en la población. Los nuevos habitantes del pueblo ignoran que en esa casa, que aún conserva su vieja estructura y sus ventanas marrones, vivió una de las muchachas más bonitas del pueblo, que fue novia del cantante más famoso del vallenato.

Esa canción también se la “hizo” Diomedes a Miriam Montes, por lo menos eso fue lo que el Cacique le dijo a la hermosa muchacha de El Difícil (Magdalena), esa vez, en la década del 70, que fue a parrandear a esa población con Jaime, Alejandro y Luis Maestre, parientes de él por parte de madre.

Diomedes conoció a los hermanos Arturo, Andrés y Armando Ruiz, gente acomodada y parrandera de la región de Ariguaní, y en una de esa parrandas donde acompañado del acordeonero Carlos Arrieta, conoció a Miriam Montes Pérez, muchacha de gran elegancia y distinción, que lo flechó al primer momento y eso lo hizo frecuente visitante de pueblo, allí entre serenatas y versos de amor conquistó el corazón de la muchacha, cuando no podía visitarla la citaba en Telecom por medio de uno de sus amigos y compinches y eran largas horas de Miriam, en las cabinas telefónicas.

Si, fue en una de esas visitas de Diomedes, que siempre coincidían con la ida de los padres de Miriam a la finca que tenían en Plato (Magdalena), cuando este que ya tenía pegada “Tres Canciones” le aseguró que esa canción era para ella, el sabia que la casa de Miriam tenía también de ventanas marroncitas y la muchacha se “derritió” completamente y aceptó la propuesta de matrimonio. Para una fiesta del pueblo Diomedes se presentó acompañado por Andrés Manuel Ruiz a pedir la mano de Miriam para llevarla al altar.

El papá lo recibió agriamente y lo despachó diciéndole duramente: “Oiga muchacho usted que se ha pensado, con tanto rico que hay aquí en El Difícil, cree que yo voy a soltarle mi hija a un pobre diablo como usted, que no tiene ni con que comprarle una vaca y muchos menos una quinta, se larga de mi casa y evítese un problema”. 
Diomedes y Miriam Montes en El Difícil
 
Humillado y destrozado Diomedes espero que pasara el primer bus para Valledupar donde regresó a buscar la forma de ahogar las penas, mientras Miriam quedo tarareando la canción que Diomedes le “había” compuesto y siguió en el pueblo pendientes de sus llamadas. Pero esos amores no prosperaron, Miriam desconsolada se fue al extranjero y vive desde siempre fuera del país, donde la ausencia y la distancia le ayudaron a olvidar aquella anhelada “profecía” que nunca se cumplió.

Ese día Diomedes llegó al terminal de Valledupar y cogió carro para Manaure Balcón del Cesar, donde tenía otro compinche Freddy Zuleta, que apenas lo vio en ese estado, le dijo: “compadre eso no es pa´ morirse, bien dice el dicho: el guayabo de trago se saca con trago y de una mujer con otra mujer y como palabra divina, en la tienda de Aguirre en Manaure, donde fueron a comprar el ron, estaba una hermosa lugareña, de esbelto cuerpo, ojos grandes y una sonrisa coqueta, de nombre María Eugenia, que distrajo a Diomedes. Apurando una cervecita galanteo a la mujer, que no dejaba de sonreír, y le prometió visita, desafortunadamente la chica viajo al día siguiente a tierra santandereana, de donde eran oriundos sus padres, y donde estaba estudiando.

Diomedes cuando lo supo y Freddy le contó que el papá de esta era más celoso y guapo que los otros, se sentó en el patio, terminó los versos que estaba haciendo desde la noche y que al principio se llamó “Mi pregunta”, se quedó mirando el sol manaurero y le dijo algo como “y hasta de pronto las ventanas de la casa donde vive son de otro color…”

Apoyo bibliográfico de Julio Oñate Martínez, Nelson Armesto Echavez, Raúl Ospino Rangel y John Acosta
 

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