El tiple de mi papá




Por: Antonio Daza Orozco
Septiembre 17 de 2015

Seguramente hoy estaría en las manos de mi padre.

No sé cómo llegó ese instrumento, característico de la región andina, a sus manos. Un viejo manaurero, que fue su amigo me contó que se lo había comprado a un santandereano, de esos que llegaron a Manaure (Cesar) huyendo de la violencia. Lo aprendió a tocar de oído y se volvió un experto para acompañar cualquier clase de música, lo hacía fácil con un vals, un romántico bolero o un vallenato bien parrandero. Y tenía como hacerlo, su hermano José Manuel Daza Martínez fue el mejor violinista de la provincia y con él y otros enamorados de la música, como Alfonso “Poncho Cotes Queruz, que tocaba muy bien la guitarra, al igual que Lácides Daza, Luis Pimienta con la flauta, Emiliano Zuleta y su acordeón y Rafael Escalona y sus composiciones, hicieron de las parrandas y las serenata su devoción. El y esos amigos construyeron un camino musical, no había un viernes por la tarde, un sábado o un domingo que las guitarras de (Poncho y Lácides) y el tiple (de mi papá), a veces acompañados del delicioso sonido de la flauta (de Lucho) o las notas serranas del acordeón (de Emiliano) hicieran la delicia de alguna fiesta o reunión provinciana, en Valledupar, en Villanueva, en la Paz, en Urumita… pero como dice Poncho Cotes, en sus “Tiempos idos”, Manaure era el sitio de mayor recordación, era el templo de estos bohemios empedernidos.

Se conoció con Pocho Cotes en el carro que los conducía de Manaure a Valledupar, allá laboraban los dos, eran educadores, Poncho en el Loperena y él en La Escuela de Artes y Oficios, cuando apenas cumplían la mayoría de edad, en esa época el transporte era escaso y el viaje en los 40 kilómetros de carretera, que separaban las dos poblaciones, era una dificultad, por lo que permanecían desde el lunes hasta el viernes cuando regresaban llenos de contento, allá estaban las enamoradas, los amigos, las fiestas… la vida placentera. La amistad con Poncho fue una verdadera comunión.

JOSE FRANCISCO DAZA MARTINEZ, mi papá, nació en Villanueva el 17 de septiembre de 1915, en el hogar de Samuel Daza Armenta y María Martínez, quienes se trasladaron, con sus tres jóvenes hijos, para Manaure buscando mejor clima y oportunidades. Allá Chico Daza, como conocían a mi padre, se enamoró y se casó y vivió con Beatriz Orozco Dangond, también villanuevera y con la que después de un tiempo, obligados por el estudio de sus hijos, se trasladaron a Villanueva y allí murió cuando tenía 74 años de edad.

En Villanueva la vida no era igual de romántica, pero había tiempo para afinar el tiple y parrandear con los amigos, Poncho separado de su esposa y sus tres monitos, busco consuelo en una villanuevera y también se mudó allá, los viajes y las quedadas en Valledupar de lunes a viernes seguía igual, pero llegaron otros personajes de la música bohemia, los hermanos Egidio y Oscar Amaya y Nicolás Nieves, entre otros,  que alegraron los fines de semanas

Recuerdo esos 17 de septiembre, víspera de Santo Tomas de Villanueva, cuando tempranito mi casa se volvía un pandemonio, llegaban Julia, Leda o Aida, las muchachas de mi mamá, a juntar los fogones, al principio, cuando no se conocía el gas y se cocinaba con leña o carbón, mi mama rezaba el rosario bien temprano y dirigía en la cocina y el patio la comida del cumpleaños de mi papá, mientras Mary (mi hermana) y yo observábamos desde cualquier lugar. Desde muy temprano se llenaba la sala, el comedor y un espacio social, amplio, que había hacia el patio, llegaban con reglaos y whiskey y los que tocaban, con su respectivo instrumento. Entre los primeros, además de Poncho Cotes, llegaba Julio y Beltrán Orozco pero era común ver entrar por la puerta a Emiliano Zuleta, Leandro Díaz, Toño Salas, Hugues Martínez,  Efraín “Quinque” Molina, Andrés Becerra, Jaime Orozco, El pintor Jaime Molina, Alcides Calderón, Jorge Dangond,  Jaime Orozco, Raúl Lafaurie, Esteban Bendeck, Alejandro Isaza, Lácides y Jesús Daza, Guillermo Orozco, Tatica Daza,  Carlos Huertas, Chiche Mazenet, Toño Dávila, Alfonso Araujo, Chiche Pimienta y muchos más personajes de la política y el folclor de la provincia.

Ahí tenía cabida además de la buena música, un buen trago y una buena comida, acompañados del chiste, la poesía, el cuento… era una verdadera parranda, los amigos de mi padre se adueñaban de la casa, pero ¡qué lindo! Compartían el gusto por la música. Mi casa era una fiesta, siempre lo fue. En la que la figura central era la de él, un hombre noble, sencillo, respetuoso de las buenas costumbres, porque expresaba sus sentimientos con la música, con sus anécdotas, con su trabajo.

Otra ocasión para brillar y afinar el tiple era en los días del festival vallenato, allí además de su obligada participación como jurado de algunas de las competencias, buscaba tiempo para tocar,  donde Alfonso Pimienta, o en la casa de René Costa o donde Tim Montero; en el festival, además de los compañeros de siempre disfrutaba de la compañía de Gustavo Gutiérrez, Freddy Molina, Raúl Moncaleano y otras figuras de la música.

Pero también algunos sábados,  cuando con sus amigos se iba pa´  El Plan a escuchar a un acordeonero, más joven que ellos, Emiliano Zuleta Baquero, ese que un día canto:

“Poncho Cotes, Chico Daza y Escalona tienen la seguridad/

 que a mí no me pasa el tiempo/

Son tres amigos que conocen mi talento/

y en todos mis movimientos nunca han visto falsedad.

 

 Son tres amigos

que no me olvidan/

toda mi vida

 están conmigo’.


Lo enterramos en Villanueva. Recuerdo que días después de su entierro hice inventario de sus cosas, varias me las lleve para Bogotá, donde vivía, las otras las deje empacadas para volver por ellas, pero mi mamá, creyendo darles buen destino, algunas las regaló a una institución educativa, otras a algunos amigos, entre ellas el tiple que siempre lo acompañó y que yo quería para mi rincón de los recuerdos…

 

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